Por. Alejandro
Palomino.
Si querías pertenecer a la historia
del cine tenias que andar con nosotros.
De
ahí que cada vez que bajo hacia Malecón por el Paseo del Prado y paso por el
109, los recuerdos me dan en la cara. No puedo evitarlo. Son imágenes muy
poderosas como para considerar que pueden ser sustituidas. Tengo un amigo que
le pasa lo mismo con su pueblo y los corridos mexicanos pero- y aunque en mi
casa se escuchaban en fila india con bolerones “pasados por agua” mientras mi
madre lavaba a “mano limpia para la calle” por el pan nuestro de cada día-
nosotros éramos mucho más ‘adictos’ al hit paread musical de la prohibida
‘Dobliquiu’.
No
obstante, en Colón era tal la polifonía musical que ese fenómeno merece un
desquite en otro comentario. Solo habría que resonar los Carnavales del Prado
con aquellas sazonadas carrozas de jóvenes hermosas bailando como ‘Estrellas’ y
‘Luceros’ y las orquestas de primera arrastrando la multitud dividida en
comparsas.
Estamos
en el último lustro de los años ’70. El fracaso de la ‘Zafra de los Diez
millones’ llenó de desconcierto y confusión lo que antes había sido esperanza y
certeza. Arrancó, entonces, otro circunstancial y paliativo capítulo
económico/social conocido como ‘El cordón de La Habana’ con sus bolsas de
polietileno llenas de tierra, errando de aquí para allá por toda la urbe
capitalina.
La
siembra del café en los perímetros de la capital era la ordenanza de turno y
casi en el olvido quedaban los queridos muñequitos Azuquin y Zacarin
enfundando para siempre- con el orgullo herido- sus catanas japonesas y
liquidando el comiquísimo slogan de: “Ni
caña en el cogollo, ni cogollo en la caña”, frase célebre que antecedida
por ‘Abanicándole’ y junto
a ‘Adiós Lolita de mi vida’ le
reservaran un lugar en la historia de la narración del beisbol al genial Bobby
Salamanca.
Así
las cosas- con los no pocos de tierra negra y estéril esparcida a lo largo y
ancho de todo el Paseo del Prado y varios de mis adultos vecinos intentando
sembrar café en esos minúsculos espacios de césped que magistralmente dibujan la
cartografía de esa gran rampla, abrían sus puertas desde el jueves hasta el
domingo (en triple tanda de proyección y la matinée infantil de sábados y
domingos) los cines de mi barrio Colón.
No
es la primera vez que escribo sobre esto. En mi obra de teatro para un solo
actor “Carne rusa” confieso
en la tercera escena:-
“… Antes
de eso, magistrado, los cines costaban cuarenta centavos y nadie nos sacaba del
Majesti o el Verdún, el Rex o el Dúplex, el Fausto o el Negrete, donde ¨
La máquina del tiempo¨ y “Manía de Grandeza” no bajaban de la cartelera. Un día
fuimos al Rialto y la taquillera nos cobró ¡UN PESO! por ver a Sofía Loren casi
en cueros.
Así fue como conocimos ‘el Neorrealismo italiano’, ‘la Nueva ola francesa’ y una película del Realismo socialista. (Jesús juega eróticamente con un pupitre). Ahora todo el mundo cree que el cine es un edificio y ya, cuando en realidad el cine somos nosotros mismos.”
Así fue como conocimos ‘el Neorrealismo italiano’, ‘la Nueva ola francesa’ y una película del Realismo socialista. (Jesús juega eróticamente con un pupitre). Ahora todo el mundo cree que el cine es un edificio y ya, cuando en realidad el cine somos nosotros mismos.”
Y fíjate si es así- que el cine ‘somos nosotros mismos’- que es el cine
y no la edad, lo que nos ha puesto viejos a los muchachos del barrio Colón. ¿Quién
de nosotros no se estremece al revisitar como fotos de álbum de familia
aquellos títulos? ¿Quién de nosotros puede dejar de realizar un flash back de su vida cuando de estas
películas se trata el coloquio? ¿Cómo negar el legado que para nuestra formación
cultural significaron- sin distinción de género, nacionalidad ni diferencias en
las calidades, ‘comerciales’ o no- estas inolvidables cintas?:
“El hombre
anfibio”, “El halcón maltés”, “Fantomas”, “La chica terremoto”, “Tres en un
sofá”, “El abombado”, “El príncipe Bayaya”, “Nuevo en esta plaza”,
“Liberación”, “El día de la decisión”, “Robo al pie del limonero”, “El rubio
alto del zapato negro”, “Yojimbo” (El bravo), “Rashomon”, “Sato Ichi”, “La
cieguita Ichi”, “Los siete samuráis”, “Siete hermanos para siete hermanas”, “El
tren de las tres y diez a yuma”, “El pirata hidalgo”, “El hombre de Maisinicú”,
“Rio negro”, “Asalto al tren de la diligencia”, “Frankestein”, “Juan Quinquin
en pueblo mocho”, “Las doce sillas”, “La muerte de un burócrata”, “Los
sobrevivientes”, “Siberiada”, “Psicosis”, “La llamada fatal”, “La ventana
indiscreta”, “Billy el niño”, “La bala que mató a Billy el niño”, “Las
leandras”, “Fuga Homicida”, “A pleno sol”, “Los paraguas de Cherburgo”, “El
bravucón”, “Terror ciego”, “Tigres en alta mar”, “Los piratas del siglo XX”,
“Tiempos modernos”, “La quimera del oro”, “El gran dictador”, “Luces de la
ciudad”, “El chicuelo”, “Candilejas”, “Pato a la naranja”, “Algunos prefieren quemarse”, “Espartaco”, “La
dulce vida” o “Ladrón de bicicletas”, por solo mencionar algunas que de
golpe y porrazo se agolpan en mi memoria y ‘por
eso no me matan’.
Recordar aquellas cintas implica también volver
sobre los rostros de muchas de las figuras más sobresalientes de la escena y la
actuación del siglo XX que todavía seguimos imitando sin reservas: Charles
Chaplin, Humphrey Bogart, Tony Curtis, Marilyn Monroe, Jack Lemon, Kirk
Douglas, Jerry Louis, Errol Flint, Antony Perkins, Betty Davis, Rita Heyward,
Marcelo Mastronianni, Louis de Funes, Jean Maraes, Jean Gabán, Steve McQueen,
Pierre Richard, Alain Delón, Marlon Brando…
y una extensa lista de otros colosales actores y realizadores
cinematográficos.
Sin lugar a dudas, lo que posibilitó que nosotros
entráramos como enérgicos y dinámicos espectadores a la historia del Séptimo Arte
fueron aquellos Cines de mi barrio Colón, todos- excepto el Payret- han
desaparecido gracias a la hoy confirmada ‘mentalidad de campamento’.
Aquí nada es casual. El fracaso de la ‘Zafra de
los Diez Millones’ y el patinazo de ‘El Cordón de La Habana’ dieron la vuelta
en el tiempo y regresaron enmascarados en desidia, indisciplina, hastío y
derrota.
Con lo cual, a los muchachos que viven hoy en mi casi destruido barrio Colón solo les queda renunciar o reconstruir a golpe de paciencia lo que se ha perdido para poder ‘entrar’ a la Historia del Cine, porque conformarse con las dos tandas del Payret no será suficiente.
Con lo cual, a los muchachos que viven hoy en mi casi destruido barrio Colón solo les queda renunciar o reconstruir a golpe de paciencia lo que se ha perdido para poder ‘entrar’ a la Historia del Cine, porque conformarse con las dos tandas del Payret no será suficiente.
La Habana, febrero 2014.
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