Entre las múltiples proezas del
Movimiento Deportivo Cubano del pasado siglo XX existe una que ha sido
eliminada por ‘no presentación’.
Un largo silencio pesa sobre ella. Se trata de la
inclusión del driver profesional Marcelino Amador entre los diez mejores
corredores del mundo de la velocidad automovilística.
El hecho ocurrió en 1925 cuando la prensa deportiva
especializada del momento en esa disciplina- y debido a sus irrefutables
conquistas- sitúa a Marcelino en el 9no lugar del ranking internacional.
Braulio Alejandro Marcelino Amador Reguera había
nacido en España a finales del siglo XIX. Pero por voluntad expresa de su padre
emigra muy joven a La Habana en 1913 procedente de La Coruña, coincidiendo su
llegada a la Isla con la entrada del primer auto marca Ford de
fabricación norteamericana a la capital cubana.
En noviembre de ese mismo año, en el ya desaparecido
“Circuito de la Calzada de Ayestaran” del Cerro, Marcelino se
convierte en el primer driver que en Cuba alcanza la velocidad de 93 kilómetros
por hora (Kph). Hasta ese momento nadie había logrado superar los 60Kph en
ninguna competencia oficial de la naciente escuela deportiva de la velocidad
automovilística cubana.
Comienza así la extensa lista de triunfos y
victorias que hicieron de Marcelino Amador un driver trascendental dentro de la
historia del deporte cubano de todos los tiempos.
Tuve
el privilegio de conocer a Sara Elena Amador Toboso, hija única del gran
Marcelino Amador. Una mujer generosa y culta- reconocida maestra de piano de
notables músicos contemporáneos cubanos- que dedicó muchos años de su vida a
proteger y recopilar con celo y orgullo la historia de la carrera deportiva de
su padre en su libro inédito “El torero de gasolina”.
Cuenta
Sara Elena en su espléndida obra que “Desde muy temprana edad mi padre
comenzó a tener inclinación por el ‘Arte’ del Toreo”.
Vocación que rápidamente disparó la alarma en la humilde familia de la calle
Primavera en la ciudad de La Coruña en la España de 1912.
Ante
tantas calamidades en La Península, para el padre de Marcelino no fue
complicado tomar la irrevocable decisión de enviar a su hijo a Cuba, no solo
para alejarlo de las peligrosas rutinas del toreo y un muy posible trágico
desenlace de su vida, sino también con el designio de “asegurarle un
futuro promisorio al muchacho dentro de la adelantada capital cubana de
principios del siglo XX”- apunta Sara Elena en su manuscrito.
A
un exilio forzoso marcha Marcelino con apenas 17 años y la dura misión de
‘parir a medias’ y auxiliar económicamente a su deprimida familia
en la devastada y fragmentada A Coruña. Polémico, delicado e irónico drama para
todos los cubanos que hoy en el exilio le lanzan una mirada inteligente al
lugar donde quizás vayan a morir, pero especialmente para aquellos que en su
andar por aquellos lares le dibujan una sonrisa a la geografía de la
postmoderna- en pleno postmoderno caos económico- península española.
Sara
Elena recrea en su libro “El torero de gasolina” como comienza en
1913 una de las leyendas más extraordinaria de un emigrante gallego en la mayor
de las Antillas. Una historia repleta de grandes hazañas a favor del movimiento
deportivo cubano de todas las épocas. Un patrimonio formidable. Pero también,
un lamentable ‘olvido’ sobre una arista más de nuestro proceso
intercultural y de formación de nuestra variopinta nacionalidad.
La
fabulosa historia deportiva de Marcelino permanece excluida en las crónicas del
deporte cubano desde 1963. Reina el silencio sin causa.
Tengo
ante mí- ordenados cronológicamente dentro de tres enormes y cuidadísimos
álbumes con estoicas caratulas al paso del tiempo- todos los valiosísimos
documentos oficiales (periódicos, revistas, fotos, cartas, acreditaciones,
mensajes, diseños, crónicas, recortes, certificados de nacimiento, actas de
defunciones, etc) que le sirvieran a Sara Elena Amador como soporte y valor
añadido para su fabulosa y trascendental investigación.
También
tengo a mi lado a Nora Elena Rodriguez Cruz, ella es la heredera universal de
todos los bienes de Sara Amador. Todos sus esfuerzos por conseguir en Cuba la
importante y cardinal publicación de “El torero de gasolina” han
sido en vano. “Esta historia no pertenece al deporte
revolucionario”- le han ofrecido como ‘lógica’ respuesta las
autoridades competentes.
Igual,
Nora se resiste verticalmente a que una conocida televisora extranjera
especializada en deportes le compre los Derechos de Exhibición de “El
torero…” para transmutar y falsear la historia de “El
invencible”. “Ese productor está tan equivocado como la gente de
aquí”. “La política no cabe en ESTA azucarera”- me dice
Nora con sabrosura trigueña parafraseando al trovador.
Escribo
a ‘golpe’ de cafecito mezclado con chícharo de la bodega que Nora
Elena acaba de colar. En el corte del quinto inning del partido de esta noche-
yo también soñé con ser un pelotero famoso de la MLB- la televisión pasa un
spot glorificando uno de los “Grandes Momentos del Deporte Cubano”.
Obviamente,
el que aparece es un gran momento que se inscribe en la etapa del deporte
cubano posterior al primero de enero de 1959. El revolucionario. El resto no lo
es. “Apúntenlo”- como rezan “Los Papines”.
La
judoca llora en la cúspide olímpica. Estremecedoras imágenes, recuerdo ese
instante. En Cuba, “El Deporte es un derecho del pueblo”- también
rezaba la valla que quitaron de la Cuidad Deportiva en Via Blanca y Boyeros.
Me apuro sin prisa y desempolvo entonces solo cuatro
momentos cumbres de la robusta carrera deportiva de Marcelino Amador como
driver profesional cubano:
- En 1918 gana la Gran Copa “Cuban American Club” en la pista Oriental Park en la categoría abierta con la marca Cadillac (Stock) desplegando la velocidad record para ese evento: 59,6 millas por hora (Mph).
- El 20 de mayo de 1920 en la carrera “Artemisa/Cayajabos”- con la carretera en muy mal estado- Amador impone el record de velocidad de 138,46 kph en un Cole (Stock).
- El 24 de junio de 1920 aparece como campeón absoluto de Cuba y la prensa lo cataloga como “El invencible”.
4.
En 1925 se incluye en la lista de
los diez mejores corredores del mundo en la disciplina de la velocidad
automovilística.
A
partir de 1925 Marcelino recibió el sobrenombre de “El Caballero del
Progreso” por sus compañeros de escudería. Su osadía y talento como
deportista y sus aportes- en función de revalidar los adelantos tecnológicos en
el terreno de la mecánica y la velocidad automotriz- no tuvieron límites en las
pistas de los desaparecidos Circuitos Habaneros y otros de Norteamérica.
En
1936 Amador se retira como volante activo y en 1941 es designado Starter
Oficial de carreras de autos y motos hasta 1963. Siempre compitió en Clubes
cubanos y murió a los 88 años de edad sin tener el menor incidente del
tránsito.
Su
hija Sara falleció en abril del 2004. Estas líneas rinden tributo a su
“Torero de gasolina” y representa el primer granito de arena para
la realización del documental cinematográfico “El
caballero del Progreso”, una atrevida
producción independiente en estos tiempos de crisis postmoderna en Europa y
total desconcierto en el Caribe.
Ya
rugen los motores en la arrancada. Hasta aquí llegó el silencio.
La Habana, Cuba. Marzo de 2014.
















