jueves, 13 de marzo de 2014

El silencio en Cuba sobre "El Caballero del Progreso"

Por. Alejandro Palomino.
 
Entre las múltiples proezas del Movimiento Deportivo Cubano del pasado siglo XX existe una que ha sido eliminada por ‘no presentación’.
Un largo silencio pesa sobre ella. Se trata de la inclusión del driver profesional Marcelino Amador entre los diez mejores corredores del mundo de la velocidad automovilística.
El hecho ocurrió en 1925 cuando la prensa deportiva especializada del momento en esa disciplina- y debido a sus irrefutables conquistas- sitúa a Marcelino en el 9no lugar del ranking internacional.
Braulio Alejandro Marcelino Amador Reguera había nacido en España a finales del siglo XIX. Pero por voluntad expresa de su padre emigra muy joven a La Habana en 1913 procedente de La Coruña, coincidiendo su llegada a la Isla con la entrada del primer auto marca Ford de fabricación norteamericana a la capital cubana.
En noviembre de ese mismo año, en el ya desaparecido “Circuito de la Calzada de Ayestaran” del Cerro, Marcelino se convierte en el primer driver que en Cuba alcanza la velocidad de 93 kilómetros por hora (Kph). Hasta ese momento nadie había logrado superar los 60Kph en ninguna competencia oficial de la naciente escuela deportiva de la velocidad automovilística cubana.      
 Comienza así la extensa lista de triunfos y victorias que hicieron de Marcelino Amador un driver trascendental dentro de la historia del deporte cubano de todos los tiempos.
Tuve el privilegio de conocer a Sara Elena Amador Toboso, hija única del gran Marcelino Amador. Una mujer generosa y culta- reconocida maestra de piano de notables músicos contemporáneos cubanos- que dedicó muchos años de su vida a proteger y recopilar con celo y orgullo la historia de la carrera deportiva de su padre en su libro inédito “El torero de gasolina”.
 
Cuenta Sara Elena en su espléndida obra que “Desde muy temprana edad mi padre comenzó a tener inclinación por el ‘Arte’ del Toreo”. Vocación que rápidamente  disparó la alarma en la humilde familia de la calle Primavera en la ciudad de La Coruña en la España de 1912.
 
Ante tantas calamidades en La Península, para el padre de Marcelino no fue complicado tomar la irrevocable decisión de enviar a su hijo a Cuba, no solo para alejarlo de las peligrosas rutinas del toreo y un muy posible trágico desenlace de su vida, sino también con el designio de “asegurarle un futuro promisorio al muchacho dentro de la adelantada capital cubana de principios del siglo XX”- apunta Sara Elena en su manuscrito.
 
A un exilio forzoso marcha Marcelino con apenas 17 años y la dura misión de ‘parir a medias’ y auxiliar económicamente a su deprimida familia en la devastada y fragmentada A Coruña. Polémico, delicado e irónico drama para todos los cubanos que hoy en el exilio le lanzan una mirada inteligente al lugar donde quizás vayan a morir, pero especialmente para aquellos que en su andar por aquellos lares le dibujan una sonrisa a la geografía de la postmoderna- en pleno postmoderno caos económico- península española.      
 
Sara Elena recrea en su libro “El torero de gasolina” como comienza en 1913 una de las leyendas más extraordinaria de un emigrante gallego en la mayor de las Antillas. Una historia repleta de grandes hazañas a favor del movimiento deportivo cubano de todas las épocas. Un patrimonio formidable. Pero también, un lamentable ‘olvido’ sobre una arista más de nuestro proceso intercultural y de formación de nuestra variopinta nacionalidad.
 
La fabulosa historia deportiva de Marcelino permanece excluida en las crónicas del deporte cubano desde 1963. Reina el silencio sin causa.  
 
Tengo ante mí- ordenados cronológicamente dentro de tres enormes y cuidadísimos álbumes con estoicas caratulas al paso del tiempo- todos los valiosísimos documentos oficiales (periódicos, revistas, fotos, cartas, acreditaciones, mensajes, diseños, crónicas, recortes, certificados de nacimiento, actas de defunciones, etc) que le sirvieran a Sara Elena Amador como soporte y valor añadido para su fabulosa y trascendental investigación.
 
También tengo a mi lado a Nora Elena Rodriguez Cruz, ella es la heredera universal de todos los bienes de Sara Amador. Todos sus esfuerzos por conseguir en Cuba la importante y cardinal publicación de “El torero de gasolina” han sido en vano. “Esta historia no pertenece al deporte revolucionario”- le han ofrecido como ‘lógica’ respuesta las autoridades competentes.
 
Igual, Nora se resiste verticalmente a que una conocida televisora extranjera especializada en deportes le compre los Derechos de Exhibición de “El torero…” para transmutar y falsear la historia de “El invencible”. “Ese productor está tan equivocado como la gente de aquí”. “La política no cabe en ESTA azucarera”- me dice Nora con sabrosura trigueña parafraseando al trovador.      
 
Escribo a ‘golpe’ de cafecito mezclado con chícharo de la bodega que Nora Elena acaba de colar. En el corte del quinto inning del partido de esta noche- yo también soñé con ser un pelotero famoso de la MLB- la televisión pasa un spot glorificando uno de los “Grandes Momentos del Deporte Cubano”.
 
Obviamente, el que aparece es un gran momento que se inscribe en la etapa del deporte cubano posterior al primero de enero de 1959. El revolucionario. El resto no lo es. “Apúntenlo”- como rezan “Los Papines”. 
 
La judoca llora en la cúspide olímpica. Estremecedoras imágenes, recuerdo ese instante. En Cuba, “El Deporte es un derecho del pueblo”- también rezaba la valla que quitaron de la Cuidad Deportiva en Via Blanca y Boyeros.
Me apuro sin prisa y desempolvo entonces solo cuatro momentos cumbres de la robusta carrera deportiva de Marcelino Amador como driver profesional cubano: 
  1. En 1918 gana la Gran Copa “Cuban American Club” en la pista Oriental Park en la categoría abierta con la marca Cadillac (Stock) desplegando la velocidad record para ese evento: 59,6 millas por hora (Mph).
  2. El 20 de mayo de 1920 en la carrera “Artemisa/Cayajabos”- con la carretera en muy mal estado- Amador impone el record de velocidad de 138,46 kph en un Cole (Stock).
  3. El 24 de junio de 1920 aparece como campeón absoluto de Cuba y la prensa lo cataloga como “El invencible”.
4.      En 1925 se incluye en la lista de los diez mejores corredores del mundo en la disciplina de la velocidad automovilística.
 
A partir de 1925 Marcelino recibió el sobrenombre de “El Caballero del Progreso” por sus compañeros de escudería. Su osadía y talento como deportista y sus aportes- en función de revalidar los adelantos tecnológicos en el terreno de la mecánica y la velocidad automotriz- no tuvieron límites en las pistas de los desaparecidos Circuitos Habaneros y otros de Norteamérica.      
 
 En 1936 Amador se retira como volante activo y en 1941 es designado Starter Oficial de carreras de autos y motos hasta 1963. Siempre compitió en Clubes cubanos y murió a los 88 años de edad  sin tener el menor incidente del tránsito.
 
Su hija Sara falleció en abril del 2004. Estas líneas rinden tributo a su “Torero de gasolina” y representa el primer granito de arena para la realización del documental cinematográfico “El caballero del Progreso”, una atrevida producción independiente en estos tiempos de crisis postmoderna en Europa y total desconcierto en el Caribe.    
 
 Ya rugen los motores en la arrancada. Hasta aquí llegó el silencio.
La Habana, Cuba. Marzo de 2014.

miércoles, 12 de marzo de 2014

"El Barrio Colón y La Historia del Cine"



Por. Alejandro Palomino.

Si querías pertenecer a la historia del cine tenias que andar con nosotros.
 Crecí al lado de Jorge, Carlos, Jose, David, Roberto, Pocholo, Jesús y Josué en el barrio Colón de Centro Habana rayando con La Habana Vieja y esa suerte nos incluye dentro la historia del cine. 

De ahí que cada vez que bajo hacia Malecón por el Paseo del Prado y paso por el 109, los recuerdos me dan en la cara. No puedo evitarlo. Son imágenes muy poderosas como para considerar que pueden ser sustituidas. Tengo un amigo que le pasa lo mismo con su pueblo y los corridos mexicanos pero- y aunque en mi casa se escuchaban en fila india con bolerones “pasados por agua” mientras mi madre lavaba a “mano limpia para la calle” por el pan nuestro de cada día- nosotros éramos mucho más ‘adictos’ al hit paread musical de la prohibida ‘Dobliquiu’. 
No obstante, en Colón era tal la polifonía musical que ese fenómeno merece un desquite en otro comentario. Solo habría que resonar los Carnavales del Prado con aquellas sazonadas carrozas de jóvenes hermosas bailando como ‘Estrellas’ y ‘Luceros’ y las orquestas de primera arrastrando la multitud dividida en comparsas.  
Estamos en el último lustro de los años ’70. El fracaso de la ‘Zafra de los Diez millones’ llenó de desconcierto y confusión lo que antes había sido esperanza y certeza. Arrancó, entonces, otro circunstancial y paliativo capítulo económico/social conocido como ‘El cordón de La Habana’ con sus bolsas de polietileno llenas de tierra, errando de aquí para allá por toda la urbe capitalina. 
La siembra del café en los perímetros de la capital era la ordenanza de turno y casi en el olvido quedaban los queridos muñequitos Azuquin y Zacarin enfundando para siempre- con el orgullo herido- sus catanas japonesas y liquidando el comiquísimo slogan de: “Ni caña en el cogollo, ni cogollo en la caña”, frase célebre que antecedida por ‘Abanicándole’  y  junto a ‘Adiós Lolita de mi vida’ le reservaran un lugar en la historia de la narración del beisbol al genial Bobby Salamanca.
Así las cosas- con los no pocos de tierra negra y estéril esparcida a lo largo y ancho de todo el Paseo del Prado y varios de mis adultos vecinos intentando sembrar café en esos minúsculos espacios de césped que magistralmente dibujan la cartografía de esa gran rampla, abrían sus puertas desde el jueves hasta el domingo (en triple tanda de proyección y la matinée infantil de sábados y domingos) los cines de mi barrio Colón.
No es la primera vez que escribo sobre esto. En mi obra de teatro para un solo actor “Carne rusa” confieso en la tercera escena:- 
“… Antes de eso, magistrado, los cines costaban cuarenta centavos y nadie nos sacaba del Majesti o el Verdún, el Rex o el Dúplex,  el Fausto o el Negrete, donde ¨ La máquina del tiempo¨ y “Manía de Grandeza” no bajaban de la cartelera. Un día fuimos al Rialto y la taquillera nos cobró ¡UN PESO! por ver a Sofía Loren casi en cueros.
Así fue como conocimos ‘el Neorrealismo italiano’, ‘la Nueva ola francesa’ y una película del Realismo socialista. (Jesús juega eróticamente con un pupitre). Ahora todo el mundo cree que el cine es un edificio y ya, cuando en realidad el cine somos nosotros mismos.”
Y fíjate si es así- que el cine ‘somos nosotros mismos’- que es el cine y no la edad, lo que nos ha puesto viejos a los muchachos del barrio Colón. ¿Quién de nosotros no se estremece al revisitar como fotos de álbum de familia aquellos títulos? ¿Quién de nosotros puede dejar de realizar un flash back de su vida cuando de estas películas se trata el coloquio? ¿Cómo negar el legado que para nuestra formación cultural significaron- sin distinción de género, nacionalidad ni diferencias en las calidades, ‘comerciales’ o no- estas inolvidables cintas?:  
“El hombre anfibio”, “El halcón maltés”, “Fantomas”, “La chica terremoto”, “Tres en un sofá”, “El abombado”, “El príncipe Bayaya”, “Nuevo en esta plaza”, “Liberación”, “El día de la decisión”, “Robo al pie del limonero”, “El rubio alto del zapato negro”, “Yojimbo” (El bravo), “Rashomon”, “Sato Ichi”, “La cieguita Ichi”, “Los siete samuráis”, “Siete hermanos para siete hermanas”, “El tren de las tres y diez a yuma”, “El pirata hidalgo”, “El hombre de Maisinicú”, “Rio negro”, “Asalto al tren de la diligencia”, “Frankestein”, “Juan Quinquin en pueblo mocho”, “Las doce sillas”, “La muerte de un burócrata”, “Los sobrevivientes”, “Siberiada”, “Psicosis”, “La llamada fatal”, “La ventana indiscreta”, “Billy el niño”, “La bala que mató a Billy el niño”, “Las leandras”, “Fuga Homicida”, “A pleno sol”, “Los paraguas de Cherburgo”, “El bravucón”, “Terror ciego”, “Tigres en alta mar”, “Los piratas del siglo XX”, “Tiempos modernos”, “La quimera del oro”, “El gran dictador”, “Luces de la ciudad”, “El chicuelo”, “Candilejas”, “Pato a la naranja”,  “Algunos prefieren quemarse”, “Espartaco”, “La dulce vida” o “Ladrón de bicicletas”, por solo mencionar algunas que de golpe y porrazo se agolpan en mi memoria y ‘por eso no me matan’.


Recordar aquellas cintas implica también volver sobre los rostros de muchas de las figuras más sobresalientes de la escena y la actuación del siglo XX que todavía seguimos imitando sin reservas: Charles Chaplin, Humphrey Bogart, Tony Curtis, Marilyn Monroe, Jack Lemon, Kirk Douglas, Jerry Louis, Errol Flint, Antony Perkins, Betty Davis, Rita Heyward, Marcelo Mastronianni, Louis de Funes, Jean Maraes, Jean Gabán, Steve McQueen, Pierre Richard, Alain Delón, Marlon Brando…  y una extensa lista de otros colosales actores y realizadores cinematográficos.

Sin lugar a dudas, lo que posibilitó que nosotros entráramos como enérgicos y dinámicos espectadores a la historia del Séptimo Arte fueron aquellos Cines de mi barrio Colón, todos- excepto el Payret- han desaparecido gracias a la hoy confirmada ‘mentalidad de campamento’. 
Aquí nada es casual. El fracaso de la ‘Zafra de los Diez Millones’ y el patinazo de ‘El Cordón de La Habana’ dieron la vuelta en el tiempo y regresaron enmascarados en desidia, indisciplina, hastío y derrota.
Con lo cual, a los muchachos que viven hoy en mi casi destruido barrio Colón solo les queda renunciar o reconstruir a golpe de paciencia lo que se ha perdido para poder ‘entrar’ a la Historia del Cine, porque conformarse con las dos tandas del Payret no será suficiente. 
La Habana, febrero 2014.  

martes, 11 de marzo de 2014

Del Musical a la ‘La tasca’ hay solo siete cuadras.


Por. Alejandro Palomino.

 
Los actores del Teatro Musical de La Habana no se podían quejar.

Tenían a su disposición una fabulosa cadena de restaurantes, cafeterías, pizzerías, bares, hoteles y hasta una gran diversidad de cines en las proximidades de esa importante instalación cultural habanera del pasado siglo XX. 
Enclavado en una de las esquinas que forman la cruz de las calles Consulado y Virtudes del barrio Colón en Centro Habana, y donde mismo se levantó el otrora legendario Teatro Alhambra, está el hoy abandonado Teatro Musical de La Habana.
Si bien es un edificio visible desde la populosa calle Neptuno y desde el no menos transitado y colosal Paseo del Prado, asimismo el legado intelectual del Teatro Musical de La Habana es uno de los referentes ineludibles a la hora de ordenar cronológica e históricamente el formidable rompecabezas del arte de la escena nacional cubana.
Poderosas son las evocaciones que tenemos los muchachos del barrio Colón sobre el Teatro Musical de La Habana. Los que cursamos estudios primarios en las escuelas: “Guillermo Llabre”, “Manifiesto de Montecristi” o “Julio A. Mella”, fuimos asiduos ‘mirones’ de los múltiples y fabulosos espectáculos “Del Musical”- otra forma de reconocer al edificio y a su desaparecida Compañía Teatral.
Andamos por el último lustro de la década del ’70 y en las tardes del primer viernes de cada mes asistíamos a “El Musical” como parte del programa de estudios diseñado por aquellas magníficas escuelas con portales que aun se ubican a lo largo del Prado.
“El Musical”- como edificio- fue mi primer acercamiento a la obra de quien fuera durante doce largos y difíciles años Director General de aquella Compañía Teatral  y una de las grandes figuras de la cultura cubana contemporánea, el comediógrafo Héctor Quintero. Un Cartel de su emblemática pieza “Contigo, pan y cebolla” protagonizaba una notoria pared del lobby. Muy distante estaba yo de realizar mis estudios universitarios en la Facultad de Artes Escénicas del ISA y mucho mas lejos de sospechar que alguna vez tuviera la oportunidad de ‘tomar el hilo’ con Héctor sobre estas remembranzas de lo que se ha perdido en ‘el tiempo’.
Sentaditos estábamos aquella mañana en una reunión convocada por la pretérita “Agrupación de Teatro y Danza” de San Ignacio 166 sobre ‘la vanguardia teatral’ y el ‘Teatro experimental’ y otros apelativos en auge a principios y mediados de los ’90. Al final del coloquio Héctor me dice con aquella inolvidable voz grave y redonda:-“Oye, muchacho, me salvaste la campana”. Cada vez que nos veíamos en la Agrupación, nos saludábamos mutuamente de esa forma cómplice “Me salvaste la campana”.
Hoy las imágenes de “El caballero de Pogolotti” o “La verdadera historia de Pedro Navaja”, dos de los últimos espectáculos que el representativo gremio ofreciera en el ocaso de la compañía, todavía me son familiares.
Eso sí- y sobre lo siguiente gravita este comentario- antes de entrar al teatro era una costumbre de los muchachos de Colón comernos un helado en “El Anón de Virtudes”,
heladería del barrio que estaba justo frente al teatro, y después al final de la función y como ‘recompensa’ al shock estético que ‘sufríamos’ por aquellos desempeños dirigidos a estos infantes, la maestra Sonia nos llevaba a merendar a “La Oriental”, una fabulosa (también desaparecida) cafetería ubicada en la esquina de Prado y Neptuno, siempre repleta de jóvenes hermosas, la misma esquina inspiradora del Cha Cha Chá de Enrique Jorrin: “A Prado y Neptuno/iba una chiquita/que todos los hombres/la tenían que mirar (…)/que bobas son las mujeres/que nos tratan de engañar…” (Bis).
Allí, en ‘La Oriental’, una botella de malta fría con un sándwich de jamón y queso acabadito de planchar, tostadito y crujiente, te costaba solo 40ctvos, el mismo precio de la entrada a los cines del barrio. Y esa era la oferta más cara en la compleja década de ‘La Zafra de los Diez Millones’, ‘El Cordón de La Habana’ ‘La Columna Juvenil del Centenario’ y la ‘Ley contra la Vagancia’. De esta última ordenanza quedaron excluidos- ¿todos?- los actores “Del Musical” al lacerante y penoso proceso conocido como “Quinquenio Gris” y registrado bajo las tenebrosas siglas UMAP
Pero continuemos con los beneficios del enclave del hoy abandonado Teatro Musical de La Habana.
“Via Vénetto” en Prado y Virtudes junto a “Prado 264”, eran dos pizzerías que gozaban de gran prestigio entre las mejores de toda La Habana. La primera (desaparecida) a cincuenta metros “Del Musical” y la segunda (convertida actualmente en otro carísimo restaurante en cuc) a dos cuadras apenas. Cada una siempre con cervecita fría a 0.60ctvos para los mayores de edad y otros precios de alegría para toda la familia según los salarios mensuales de nuestros padres y el de los profesionales para y de la cultura nacional. No olvidemos que la “Asociación Nacional de Tramoyistas de Cuba” (también desaparecida) tuvo su sede en la mismísima intersección de Consulado y Virtudes.
Repaso que una ‘invitación elegante’- no solo por sus especialidades en el arte culinario, sino también porque eran sitios habituales para los “Del Musical”- consistía en ir a comer al “Caracas” en la archiconocida Prado y Neptuno o por lo menos visitar una vez al mes  “La Tasca Española”

en Cárcel y Prado, al frente del Parque de los Enamorados. Los cocineros de “La Tasca”
eran gallegos y allí una fabada contenía los mismos ingredientes que en Santiago de Compostela. Sin tacañería ni regateos. 
Claro, eso sí, ‘compontelascomopuedas’ para poder pagar un Table del Menú en “La Tasca”. Pero para nosotros, la familia de los muchachos del barrio Colón, ir a “La Tasca” una vez al año no hacía daño a la economía del nido. Y si se trataba de cenar coincidiendo allí con los actores “Del Musical”, la fabada sabia a gloria. Nada que ver con el nudo en la garganta que causan las chocantes ruinas que quedan hoy de lo que fue “La Tasca Española”, a solo siete cuadras del Teatro Musical de La Habana.
No obstante, entre el “Bar/Cafetería/Restaurante Fausto”, la pizzería “Parque Central” (más barata que las dos anteriormente mencionadas, pero igual desaparecida); y el popular “Los Parados” o “Los Paraditos”- al cual el gran Lezama Lima (otro ‘muchacho’ ilustre vecino del barrio Colón en la calle Trocadero) no le hizo nunca los honores, dato del que se acuerda en Madrid mi querido amigo Amadito del Pino- los encuentros con los “Del Musical” eran comunes, sabrosos y tan picantes como sus esplendidos espectáculos.
Mi hermano mayor se jactaba de bailar con los ‘Del musical’ en el “Cabaret Nacional” de Prado y San Rafael y de paso gozar a todo tren con la ‘señora sentimiento’ Elena Burke, o en “El Intermezzo” con Mundito Gonzalez, también en el “Parkwyu” de Refugio y Prado o en los bares “Havana Club” y el “S’loppy Bar” de esas iluminadas noches habaneras con pasos apresurados de botas rusas.
 Los actores “Del Musical” podían quedarse a vivir un tiempito en cualquier hotel del barrio Colón. Una habitación en el “Hotel Plaza” costaba 9.00 pesos la noche, y en el “Sevilla” 12.00 pesos; esos eran los más caros ante otras alternativas mucho más baratas como las del “Hotel Inglaterra” a 9 y a 6 pesos la noche, el “100 habitaciones”, el “Hotel Parkwyu” o el “Hotel Morro” en la esquina de Morro y Colón que era el más barato de todos porque le ‘colgaron el cartelito’ de ‘Posada con agua caliente sin aire acondicionado’ a ¡3.00 pesos por 24 horas!
Los actores y todos los demás mortales que constituyeron la célula fundamental de los memorables espectáculos  del Teatro Musical de La Habana también tuvieron una escuela primaria antes de llegar a Consulado y Virtudes: el Teatro Martí.
 En Zulueta y Dragones, recién acaba de reinaugurarse el histórico Teatro Martí gracias a la titánica labor sostenida y a la pasión desbordada por la cultura y el patrimonio nacional del historiador de la ciudad el Dr. Eusebio Leal Spengler. También ‘El Martí’ ha reabierto sus puertas ‘gracias al esfuerzo de muchos nobles empeños y el de muchos rostros sin nombres’- dijo Leal conmovido. “La cultura es lo primero que hay que salvar”- fueron sus palabras de cierre en tan emocionante oración de bienvenida al nuevo y monumental Teatro Martí, otrora ‘Coliseo de las cien puertas’ como lo denominara el poeta bayamés José Fornaris, un edificio que sufrió un acelerado proceso de destrucción, a tal punto que en el momento en que comenzaron las labores de restauración solo se conservaba la fachada de piedra.
¡Cuarenta Años! Hago aquí una pausa pequeña. ¡Cuarenta Años esperando por este suceso a favor de la cultura cubana, a favor de nuestra memoria teatral! ¡Cuarenta Años de espera por ‘El Martí’ y todo lo que eso significa!
Con el renacimiento del Teatro Martí los muchachos del barrio Colón estamos de fiesta. Pero tenemos una pregunta en el tintero que se cae de la mata:- ¿Cuántos años más le esperan al Teatro Musical de La Habana- otrora legendario Teatro Alhambra- para ser recuperado del abandono?
La imagen impresionante de las ruinas de “La Tasca Española” no será la respuesta, ¿verdad?  
 
La Habana, marzo de 2014.   


jueves, 6 de marzo de 2014

"De La Habana a Las Vegas en un abrir y cerrar de ojos"

(Pegando la hebra con Circe y Yanier sobre la casa y la “Corona” de Hemingway).
 
Por. Alejandro Palomino.
 
¡Tremendo regalo el que me has hecho! Pero antes de agradecerte tengo algo que confesarte.

Se cuenta que el autor de “Por quién doblan las campanas” cada amanecer escribía al menos tres o cuatro cuartillas de un tirón.
Maquina de Escribir de Ernest Hemingway/ Foto Yoan Palomino Lara
El hombre se levantaba de la cama y después de mear, inmediatamente se paraba delante de su ‘Corona’ con una taza humeante llena hasta el tope de café y a pulsar teclas se ha dicho. No importaba lo que escribiera, el asunto era escribir y ¡cuidadito! con molestarlo en el lance.  
Lo curioso es que lo hacía en calzoncillos, de pie y descalzo. Así fue como rayó su Premio Nobel: “El viejo y el mar”. Por eso ha trascendido la anécdota.
 
Pero no hay que olvidar que Hemingway era un ‘YUMA’ que vivía en Cuba en uno de los lugares más exóticos de La Habana: ‘La Finca del Vigía’ o de ‘La Vigía’ o ‘El Vigía’, según el que la nombre. Un sitio que hasta el día de hoy conserva- gracias a la Fundación Hemingway- todas las condiciones creadas para escribir tres Premios Nobeles más.
 
De niño, cuando vivía en Centro Habana en mi barrio Colón- e inspirados por la lectura de “Hemingway en Cuba” de Norberto Fuentes- yo iba mucho con un amigo de la infancia a la Finca del Vigía. Allá por el Diezmero, en San Francisco de Paula, pasando La Virgen del Camino. 
Salíamos desde el Parque de la Fraternidad en la ruta 7, unas Leylans que llegaban hasta el Cotorro. Era una hermosa aventura de cada domingo y eso que el transporte público nunca ha sido bueno en Cuba. Te estoy contando de finales de los ’70.
 
La majestuosa casa de Hemingway siempre nos intimidaba y la recorríamos comiendo pepinillos agridulces que caían de los frondosos arbustos del contorno. Toda una mansión con una torre independiente- torre con su historia de gatos- en un enorme promontorio de tierra con una fabulosa entrada en forma de rotonda y una caprichosa y ancha escalera para subir hasta la puerta principal que luego se convierte en una suerte de acera o pasillo para rodear por ambos lados todo el recinto. En la pared de madera del fondo, grabada la marca de la colosal estatura del escritor. Lo tenía todo. 
 
Dentro de la mansión, un mundo inimaginable para los muchachos del barrio Colón: piezas extravagantes, cuadros, muebles, libros, muchos libros, y un montón de dispositivos de un valor incalculable. Hasta un telescopio y un proyector de películas tenía el escritor de “Fiesta”.
 
Por cierto, en la película cubana “Memorias del subdesarrollo” hay una especie de ‘apología’ en función de la casa y la figura de Ernest Hemingway. Recuerdo que Sergio- el protagonista- decía al final de aquella escena algo más o menos así:- “Este Hemingway debió ser un tipo insoportable”.
En uno de los carteles que promociona la película se ve a Sergio mirando irónicamente la cabeza de un animal con tarros, disecado y colgado en una de las paredes de la casa. En otro Cartel promocional, está el mismísimo Sergio mirando, desde su privilegiado balcón del Naroca en Línea y Paseo, el litoral habanero por un telescopio igualito al de Hemingway.
 
Pero en la cinta cuando te toca ver la subjetiva del personaje, es decir, cuando te toca mirar a ti, la cámara tiene una mascarilla acoplada al lente y con el plano cerrado sobre una valla publicitaria que indica:- “¡ESTA HUMANIDAD HA DICHO BASTA Y HA ECHADO A ANDAR!”, célebre e histórica frase del Ché a la que el protagonista de “Memorias…” responde:- “¡Ay, compadre, como Laura… y no va a parar hasta Miami”.
  
Por razones obvias, hoy ya no está permitido entrar a la casa en Cuba del autor de “Adiós a las armas”, pero en aquellos tiempos podías ir hasta el baño y utilizarlo si lo precisabas. También podías consultar la biblioteca personal de Hemingway bajo la mirada atenta del custodio.
    
Y en un rincón del estudio, más bien discreto, estaba su máquina de escribir “Corona”. ¡Toda una leyenda con teclas de paticas! Todavía continúa en su lugar. Hace poco fui otra vez a la residencia y pude comprobarlo. Te ‘pego’ una foto.

Bueno, la cosa es que tu regalo de esa “Corona” semejantita a la del viejo me ha estimulado mucho. Pero- y este PERO es muy importante- recuerdo haber leído que justo unos días antes de suicidarse, Hemingway le escribió una carta a su gran amigo, el poeta y novelista William Faulkner, donde gallardamente le decía:- “Estoy en los mejores momentos de mi vida”. Después se pegó un tiro por la boca. ¿Qué te parece?