lunes, 29 de diciembre de 2014

"La mala memoria"



Por. Alejandro Palomino.

El cerdo asado, la yuca con mojo, el plátano maduro frito, la ensalada de tomate y el congrí, más dulces caseros como postre, es lo que se conoce en casi toda Cuba como “La Cena” del 31 de diciembre. Lo que conduciría a sospechar que en Cuba sólo cenamos el último día del año. Pero en realidad no es tan así, obviamente.

Desde diciembre de 1998- y atendiendo a las apostólicas suplicas del Papa Juan Pablo II cuando nos visitó en enero de ese año- los cubanos que ahora tenemos 50 abriles también ¿aprendimos? a cenar en la Noche Buena con el arbolito de navidad y los bombillitos parpadeando como en las películas americanas.

Los 363 días restantes del año, los cubanos comemos “una completa” regularmente a deshora.

En 1985, en el Instituto Superior de Arte, una apasionada profesora de literatura en franca discusión acalorada nos explicó los motivos por los cuales en Cuba no se celebraba la Noche Buena desde los primeros años de la revolución. Según ella no se trataba de una prohibición gubernamental o administrativa de esa ceremonia católica, como sostenían algunos paisanos de aula.

Desde el estrado donde mismo había desentrañado los hermosos versos de Neruda y Vallejo, hablaba con exaltación y sin aparente demagogia de la importancia que para la Producción Azucarera en Cuba y el desarrollo de nuestro Proceso Revolucionario tienen estas fechas del año. Era preciso concentrar toda la energía y recursos en ese sentido, aclaraba.

Años más tarde, y a partir de una decisión tomada ‘por las consecuencias del desmerengamiento del campo socialista’, los principales centrales azucareros del país apagaron sus máquinas y cerraron sus puertas.

El precio del barril de petróleo estaba por las nubes en el mercado mundial. Una circunstancia abusiva para el delicado escenario económico/social cubano en pleno Periodo Especial. De ese trienio ’93, ’94 y ’95 pululan las buenas memorias.

Poco tiempo después y de mano en mano- como suele ocurrir domésticamente desde la avalancha tecnológica- aparece entre nosotros un video recóndito con una conferencia magistral de un destacado economista cubano ofrecida en una prestigiosa instalación oficial.

El hombre, en un derroche de entusiasmo y con un verbo robusto como educador experimentado, explica y argumenta el porqué constituyó un craso error el cierre de los centrales azucareros y la recesión de sus producciones.

De buena tinta conocimos que un número significativo de hombres y mujeres que habían dedicado sus estudios, esfuerzos y su vida entera al sector azucarero quedaron sin destino profesional seguro y a la buena de Dios en un terreno desconocido de nuevas opciones de trabajo en la naciente apertura hacia los negocios privados.

Pero el “tiro de gracia” fue cuando también supimos al dedillo que- según las estadísticas históricas- el principal renglón de la economía cubana seguía siendo la… ¡Producción Azucarera!

No obstante, retomar las herramientas de la zafra de turno no implicó dejar de reunirnos a cenar en familia el día de Noche Buena y a estas alturas mi profesora de literatura vive en el exilio. “Para qué emborronar cuartillas. Debajo del sol no hay nada nuevo”- diría ella.

De todas formas, reanudar la discusión de que “si eran Galgos o Podencos” aquellos perros de la fábula ya no tiene sentido alguno. Muchos de nosotros nunca hemos entendido muy bien el reguero de algodón al pie del arbolito en tiempos interminables de sobradas escaseces y seguimos haciéndonos la boca aguas con el cerdo asado, la yuca con mojo y el brindis familiar del 31 de diciembre.

Es un día de recuentos y recuerdos el 31. De dolorosas ausencias y extrañas alegrías que de golpe y porrazo invaden los hogares. Es un día de limar asperezas entre la gente que se quiere. De recibir al que llega con los brazos abiertos. De una gran polifonía que planea y se acomoda sobre los techos desde bien temprano en la mañana.

“Ya se está acabando el año/diciembre se acaba ya/agárralo que se te escapa/agárralo que se te va… (Bis)”- rezaba el estribillo de aquella inolvidable canción de finales de los ‘80 que para los melancólicos como yo, seguimos aferrados a los clásicos temas de Irakere, AfroCuba, Mezcla, Opus 13 y hasta los picantosos de NG La Banda. Sin esas canciones no hay 31 que valga en mi casa.

Más atrás- desde los Vanvaneros ’70 y buena parte de los “abundantes” ‘80- la explosión de las orquestas de música popular bailable habían dejado bien marcada su impronta en el pentagrama musical nacional.

Los Reyes ’73, La Monumental, La Banda Meteoro, Aliamen, Los Latinos, Rumba Habana, La Ritmo Oriental y otras de gran arraigo y preferencia entre los bailadores, dominaban las tarimas y carrozas en los carnavales de mujeres “Estrellas & Luceros” y antológicas comparsas de Guaracheros de Regla, Los Dandi, El Alacrán y La Jardinera.

La poderosa imagen de botas rusas con pantalones campanas bailando hasta el amanecer “Que prendan/prendan/ el mechón/…” o “Debajo de la cama esta el majá/ciudao’ que te pica y se te va/…” a lo largo de todo el Paseo del Prado habanero no se nos puede olvidar a los fiñes de entonces.

Como tampoco podemos olvidar a nuestros padres y abuelos abrazados, felicitándose y gritando a las 12 de la noche de cada 31 de diciembre: ¡Viva la Revolución! y acto seguido los disparos al aire de la Makarov de aquel vecino militar.

No era una dispersión recordar a las orquestas de música popular bailable. Tan mala memoria no podemos tener los fiñes de entonces.

¡Feliz navidad, paisanos!

¡Feliz año nuevo 2015!