Por. Alejandro Palomino.
El cerdo asado, la yuca con mojo, el plátano maduro frito,
la ensalada de tomate y el congrí, más dulces caseros como postre, es lo que se
conoce en casi toda Cuba como “La Cena” del 31 de diciembre. Lo que conduciría
a sospechar que en Cuba sólo cenamos el último día del año. Pero en realidad no
es tan así, obviamente.
Desde diciembre de 1998- y atendiendo a las apostólicas
suplicas del Papa Juan Pablo II cuando nos visitó en enero de ese año- los
cubanos que ahora tenemos 50 abriles también ¿aprendimos? a cenar en la Noche
Buena con el arbolito de navidad y los bombillitos parpadeando como en las
películas americanas.
Los 363 días restantes del año, los cubanos comemos “una
completa” regularmente a deshora.
En 1985, en el Instituto Superior de Arte, una apasionada
profesora de literatura en franca discusión acalorada nos explicó los motivos
por los cuales en Cuba no se celebraba la Noche Buena desde los primeros años
de la revolución. Según ella no se trataba de una prohibición gubernamental o
administrativa de esa ceremonia católica, como sostenían algunos paisanos de
aula.
Desde el estrado donde mismo había desentrañado los hermosos
versos de Neruda y Vallejo, hablaba con exaltación y sin aparente demagogia de
la importancia que para la Producción Azucarera en Cuba y el desarrollo de
nuestro Proceso Revolucionario tienen estas fechas del año. Era preciso
concentrar toda la energía y recursos en ese sentido, aclaraba.
Años más tarde, y a partir de una decisión tomada ‘por las
consecuencias del desmerengamiento del campo socialista’, los principales
centrales azucareros del país apagaron sus máquinas y cerraron sus puertas.
El precio del barril de petróleo estaba por las nubes en el
mercado mundial. Una circunstancia abusiva para el delicado escenario económico/social
cubano en pleno Periodo Especial. De ese trienio ’93, ’94 y ’95 pululan las
buenas memorias.
Poco tiempo después y de mano en mano- como suele ocurrir
domésticamente desde la avalancha tecnológica- aparece entre nosotros un video
recóndito con una conferencia magistral de un destacado economista cubano
ofrecida en una prestigiosa instalación oficial.
El hombre, en un derroche de entusiasmo y con un verbo
robusto como educador experimentado, explica y argumenta el porqué constituyó
un craso error el cierre de los centrales azucareros y la recesión de sus
producciones.
De buena tinta conocimos que un número significativo de
hombres y mujeres que habían dedicado sus estudios, esfuerzos y su vida entera
al sector azucarero quedaron sin destino profesional seguro y a la buena de
Dios en un terreno desconocido de nuevas opciones de trabajo en la naciente
apertura hacia los negocios privados.
Pero el “tiro de gracia” fue cuando también supimos al
dedillo que- según las estadísticas históricas- el principal renglón de la
economía cubana seguía siendo la… ¡Producción Azucarera!
No obstante, retomar las herramientas de la zafra de turno
no implicó dejar de reunirnos a cenar en familia el día de Noche Buena y a
estas alturas mi profesora de literatura vive en el exilio. “Para qué
emborronar cuartillas. Debajo del sol no hay nada nuevo”- diría ella.
De todas formas, reanudar la discusión de que “si eran
Galgos o Podencos” aquellos perros de la fábula ya no tiene sentido alguno.
Muchos de nosotros nunca hemos entendido muy bien el reguero de algodón al pie
del arbolito en tiempos interminables de sobradas escaseces y seguimos
haciéndonos la boca aguas con el cerdo asado, la yuca con mojo y el brindis
familiar del 31 de diciembre.
Es un día de recuentos y recuerdos el 31. De dolorosas
ausencias y extrañas alegrías que de golpe y porrazo invaden los hogares. Es un
día de limar asperezas entre la gente que se quiere. De recibir al que llega
con los brazos abiertos. De una gran polifonía que planea y se acomoda sobre
los techos desde bien temprano en la mañana.
“Ya se está acabando el año/diciembre se acaba ya/agárralo
que se te escapa/agárralo que se te va… (Bis)”- rezaba el estribillo de aquella
inolvidable canción de finales de los ‘80 que para los melancólicos como yo,
seguimos aferrados a los clásicos temas de Irakere, AfroCuba, Mezcla, Opus 13 y
hasta los picantosos de NG La Banda. Sin esas canciones no hay 31 que valga en
mi casa.
Más atrás- desde los Vanvaneros ’70 y buena parte de los
“abundantes” ‘80- la explosión de las orquestas de música popular bailable
habían dejado bien marcada su impronta en el pentagrama musical nacional.
Los Reyes ’73, La Monumental, La Banda Meteoro, Aliamen, Los
Latinos, Rumba Habana, La Ritmo Oriental y otras de gran arraigo y preferencia
entre los bailadores, dominaban las tarimas y carrozas en los carnavales de
mujeres “Estrellas & Luceros” y antológicas comparsas de Guaracheros de
Regla, Los Dandi, El Alacrán y La Jardinera.
La poderosa imagen de botas rusas con pantalones campanas
bailando hasta el amanecer “Que prendan/prendan/ el mechón/…” o “Debajo de la
cama esta el majá/ciudao’ que te pica y se te va/…” a lo largo de todo el Paseo
del Prado habanero no se nos puede olvidar a los fiñes de entonces.
Como tampoco podemos olvidar a nuestros padres y abuelos
abrazados, felicitándose y gritando a las 12 de la noche de cada 31 de
diciembre: ¡Viva la Revolución! y acto seguido los disparos al aire de la
Makarov de aquel vecino militar.
No era una dispersión recordar a las orquestas de música
popular bailable. Tan mala memoria no podemos tener los fiñes de entonces.
¡Feliz navidad, paisanos!
¡Feliz año nuevo 2015!